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lunes, 6 de marzo de 2017

La Torre.

Parece ser que todo el mundo se puso de acuerdo aquel viernes. Toda la prensa. Bueno, toda no. Toda la que leí y vi. Susto tremendo. El hecho de que un jugador se quede revolcándose en el suelo como si le hubieran pegado un tiro enerva a todo el mundo. A su afición y a la rival. Y a ésta más cuando de repente se levanta y pasa, de estar medio muerto a ver como el diablo lleva su alma. Todo va entre la pérdida del balón por parte de su equipo y la recuperación del mismo. Intentar frustar jugada del rival y potenciar la suya. En otros deportes de equipo, esas lesiones suelen ser reales. En tenis, por ejemplo, por nombrar deportes individuales. Por eso, cuando un jugador que nunca se queja se queda doliéndose, se sabe que se ha hecho daño. Pero cuando uno cualquiera, quien sea, se queda quieto, al mundo se le encoge el corazón. Ahí se olvidan colores. Salvo cuando Marcelo Nicola, jugador del entonces Taugrés, tras machacar un balón, resbalársele las manos en el aro y caer de cabeza al suelo quedando sin sentido, y un amigo dijo que se jodiera. A nadie le gusta pensar que puede ver una muerte en directo. Fueron minutos de angustia. Minutos transformados en horas. Tirar la Torre era señal de poderío. Pero nunca fue fácil. En ese momento se empieza a hablar del cómo y del porqué. Pero lo que importa es que la Torre fue levantada. Fernando está bien. Y nosotros nos alegramos. Al menos los que le queremos.
Ánimo.

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