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jueves, 27 de abril de 2017

De hijos a padres.

Esta mañana he leído una de esas historias que conmueve e, incluso, te hacen soltar laguna lágrima. Era la historia de un hombre inglés que vive en un pequeño pueblo del este de Inglaterra. El pueblo tiene un equipo que juega en lo que sería nuestra Tercera División. El hombre tiene un hijo que, en aquella época era pequeño. Viendo un partido de Copa de Europa (ni Champions ni Europa League. Copa de Europa y de la UEFA), el niño se emocionó oyendo el himno de la competición y le preguntó si podría animar a algún equipo que la jugara. El padre le dijo que si siempre y cuando no fuera un equipo inglés para que no compitiera en el equipo del pueblo. El chaval aceptó y su padre le dio un libro de equipos de Europa. A pesar de ser grande, el niño empezó a pasar hojas llenas de datos e historia de los diferentes clubs. Hasta que, de repente se paró en una.
-       Este equipo, papá – le dijo al padre.
Éste miró la página que había señalado su hijo. Se fijó en las rayas rojas y blancas de la camiseta y el oso y el madroño de su escudo. Ese equipo era el Atlético de Madrid. El equipo le sonaba de haber jugado la Copa de Europa e, incluso haber llegado a alguna final Pero tenía la impresión de que las horas buenas habían pasado porque se encontraba en la Segunda División española a pesar de haber ganado la liga hacía pocos años. Le comentó a su hijo que eso no era posible porque nunca jugaría esa competición ya que estaba en Segunda División. Pero el niño se había obcecado en ello. Algo muy atlético según decía la historia. El equipo no era inglés así que valdría. Dado que el padre consiguió convencerle así que, para que se le quitara la idea de la cabeza, le prometió que animarían a ese equipo pero con una condición. Deberían encontrar una camiseta de ese equipo en la tienda del pueblo. Si era así, se la compraría. Un equipo que llevaba tiempo fuera de la primera línea del fútbol europeo no tendría a la venta ninguna camiseta en una tienda inglesa y menos en una de un pueblo pequeño. Así que, al día siguiente, padre e hijo se acercaron a la tienda. Todo estaba lleno de camisetas del Real Madrid. Camisetas de todas las tallas. Desde bebé hasta XXXL. El niño cambiaría de opinión. Pero éste se puso a mirar en todas aquellas camisetas blancas hasta que, oh sorpresa, encontró su tesoro. El padre se quedó sorprendido y el niño salió de la tienda feliz y con su camiseta puesta que le queda tan grande que parecía un vestido. Se las tuvieron que ingeniar para poder ver los partidos de ese equipo del que se había quedado prendado el niño. Otro niño, éste con pecas, se convirtió en su héroe. Con él, el equipo volvió a la Primera División española. Una etapa llena de risas y llantos sobre todo cuando aquel chaval con pecas se fue del equipo. Invitó a su hijo al Calderón por su cumpleaños. Abrazó a su hijo cuando Miranda cabeceó aquel balón a la red para darle al Atleti la Copa del Rey en el Bernabéu y más fuerte aún cuando, en vez de Miranda fue Godín, en vez del Bernabéu fue el Nou Camp y, en vez de la Copa del Rey fue la Liga. Esos abrazos se tornaron en lágrimas amargas cuando el otro equipo de la capital, no una sino dos veces, les apartó del sueño que perseguían. Así, con el paso del tiempo, ese equipo humilde al que habían aminado tanto él, su padre y su abuelo, había sido sustituido por aquel Atlético de Madrid cuya bandera colgaba del balcón de la casa. Nadie del pueblo entendía esa pasión (nadie salvo nosotros la entiende) hacia un equipo extranjero cuando nunca habían salido del pueblo. Esa pasión y ese sentimiento lo había aprendido de su hijo.
Quien escribía esta historia la había oído del propio hombre cuando le vio en el campo del Leicester con una camiseta del Atleti. La camiseta de su hijo que, por trabajo, no había podido ir pero tenían pensado viajar a Cardiff si conseguían superar las semifinales. Cantó el himno del club. Con acento inglés pero lo cantó. El “ … muchachos, hoy viajamos juntos otra vez … “ La verdad es que este tipo de historias demuestra lo grande que es el fútbol. Ese fútbol que se limita a animar hasta quedarte sin voz, a cantar los goles de un equipo que, hacía 17 años sólo te sonaba de oídas. Ese fútbol que te hace hacerte de un equipo sólo por la pasión y la determinación de un niño de siete años en querer animar a ese equipo. Esa fe en que el equipo conseguirá éxitos aunque esté en horas bajas. Generalmente, esto suele ir en sentido contrario. El padre es de un equipo y el niño le sigue aunque luego cambie de colores o deje de gustarle el fútbol. Aquí fue al revés. El niño convirtió al padre. No todo son millones. No todo son coches caros. No todo es violencia. A veces todo es tan simple como amar a un equipo de forma intensa. Como debe ser.
Igual deberíamos aprender de esa forma de animar.

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